Creo que es el tema más complejo al que me he enfrentado desde que empecé a considerarme una, para decir la verdad. No soy la más estudiada. He leído al respecto e hice un diplomado en género, pero creo que lo más complejo es ponerlo en práctica, primero porque mucha gente tiene los “ojos puestos en ti” para ver de qué manera lo haces bien o no, para salir con toda a decirte lo “mala feminista” que eres cuando la cagas.
Y es que no solo tienes que “justificarte” frente a quienes creen que ser feminista es odiar a los hombres, sino también con quienes tienen más libros en la cabeza o son más “consecuentes” con sus acciones.
Meses atrás, cuando Las Viejas Verdes lanzaron la iniciativa de #JuntasAbortemos, fui una de las que dijeron que no estaban del todo de acuerdo con la forma en la que abordaron el tema, y todavía no lo estoy. Pero después de escucharlas en un espacio en EAFIT entendí que el problema no era ese, sino que había más gente dedicada a recalcar el problema que a proponer mejores maneras de hacerlo.
A lo que voy no es a que ser feminista sea estar de acuerdo todo el tiempo con lo que hacen las otras feministas. Odio cuando las mujeres que no lo son usan ese argumento para deslegitimarnos, y porque sin querer queriendo, dentro del feminismo se formó una “policía correctiva” que todo el tiempo te está evaluando no con el ánimo de construir sino con la intención de aplastarte y acabar con lo que haces.
Soy rubia, blanca, vivo en una parte de la ciudad que es segura, estudié en una muy buena universidad y siento que así no lo haya elegido, todo el tiempo tengo que decir con mis acciones, “perdón por ser así, yo no lo elegí, así me hicieron”. Siento cómo algunas feministas me hablan con condescendencia y me miran como si lo que digo y hago no fuera válido.
Soy muy consciente de que vivimos en un mundo en el que es necesario cuestionar nuestro privilegio todo el tiempo para generar un cambio real en la sociedad, pero mi proceso de reflexión, es válido independientemente de cómo luzca. Es tan válido como el de cualquiera y no quiero sentirme mal por no hablar como quieren que hable.
Mi vida no ha sido fácil, he tenido momentos en los que me ha tocado caminar horas enteras porque no tengo ni para el pasaje, he conocido la violencia desde muy pequeña edad y todo esto me convirtió en feminista, mi lucha es igual de válida a la tuya, que naciste en un barrio periférico y tuviste que llegar hasta allá afrontando muchas dificultades. Mirarnos con el lente del privilegio no puede ser solo para devaluarnos o tratarnos mal por decir “sororidad” en una frase. Nuestras diferencias deben ser vistas y contadas para entender que la lucha de las mujeres por la igualdad no es solo una, pero todas son necesarias y merecen ser contadas.