Es raro sentir culpa por las cosas que más te gustan, decir que un placer te da culpa es tan contradictorio que saber en realidad qué te gusta y qué no, se vuelve casi un misterio. Desde pequeña me gustó (creo) Hello Kitty, de hecho, hoy en día tengo muchos objetos de la gatita de moño rojo y una colección de hace más de 15 años guardada en el cuarto útil. Cuando era niña era permitido (y esperado) que me gustara esa caricatura tan tierna y femenina, pero aunque a mis 15 años seguía obsesionada con cada objeto que salía, ya me daba pena aceptarlo. Hoy a mis 32 (casi 33) sigo guardando imágenes de ella en mi instagram y viviendo con la esperanza de dignificar mi colección poniéndola en un cuarto de mi casa.
Así como Hello Kitty pasó con miles de cosas: música, comidas, colores, hombres…. bueno, creo que si hago un recuento han sido más las cosas mañés, cursis y ridículas las que me gustan que las que me “aceptan” los demás. Pero, ¿de dónde viene esa idea de que los gustos son pecados?, ¿por qué me debo sentir mal por aceptar que puedo recitar perfectamente la película de Selena?, la verdad no creo que haya una referencia histórica exacta que diga en qué momento nos empezaron a regir los gustos (diría que desde la ilustración y la entrada del capitalismo), pero siempre me ha carcomido la mañesada y hoy quiero “salir del closet” y aceptar que soy una GRILLA SABROSONA, con unos tintes de GRONCHA FOGATERA incomprendida que se refugia en estas palabras, en sus uñas azules metalizadas medio pintadas y en “Por Debajo de la Mesa” de Luis Miguel.
Creo que el momento en el que tuve que apagar la mujer cursi “mirelluda” que me habitaba fue en mi adolescencia, mientras las “plays” del colegio hablaban de minitecas yo ahorraba toda la semana para comprar barbies y muñecas. Obvio, nunca se lo acepté a nadie, en los descansos me convertía en Daniela de “Padres e Hijos” y me inventaba las crónicas adolescentes más increíbles que nadie haya vivido jamás, tenía muchos amigos rumberos pero vivían en otra ciudad (sí… ajá), me las bailaba todas (encerrada en mi cuarto) y estaba super deprimida por mi “traga” (a veces imaginada). Ahora me pregunto si todas esas niñas confundidas entre decirle no a “la pruebita de amor” y querer ser tan hermosa como Britney habían más como yo, inventando un mundo paralelo para que sus gustos más profundos y deliciosos siguieran escondidos de la “Fashion Police” adolescente.
Y es que aceptar ser mañé es para valientes, poder decir con gallardía que siempre quisiste usar aquella ombliguera de terciopelo que le viste a una chica de la que seguro te burlaste en la juventud, era un (citando a Mean Girls) “suicidio social” y nadie quería eso, morir por ser uno mismo era imperdonable. Puede que ciertas cosas de la adolescencia hayan muerto, pero sentir pena por la mañesada sigue siendo latente, solo que en otros contextos. Mi miedo más grande en este momento no es que descubran que me gustan las barbies, sino que no me he visto aquel documental yugoslavo desgarrador o que no he ido a ese bar de moda que está lleno de luces de neón y matas, porque como en todo, quién no sabe, no existe y si no sabe lo que tiene que saber, pues está muerto, se “suicidó” socialmente.
Confieso con mucha risa y miedo al mismo tiempo que después de años de sufrir por no ser lo suficientemente alternativa o play (porque sí, caí en ese purgatorio donde nadie sabía clasificarme, bien por mi, mal por ellos) hoy prefiero no entablar conversaciones con gente con la que sé que no me voy a sentir cómoda, prefiero guardar silencio mientras veo como se aplauden que saben cuáles son los libros que se deben leer y qué música se debe escuchar (me río, obviamente), me quedo con mis ganas de verme “Friends” hasta quedarme dormida porque trabajé en lo que me gustaba y leí lo que me interesaba y mi cerebro quedó “frito” para no permitirme caer en el placer de mirar los ridículos problemas que se narran ahí.
También confieso que ya no me da pena decir que no quiero estar en grupitos de “amiguis” que solo hablan de bebés, viajes, plata y las mismas historias colegiales que están más quemadas que “Mis Ojos Lloran por ti”. Ser uno mismo es el placer NO CULPOSO que una persona puede disfrutar, no se lo nieguen nunca, ve por ese Piolín que tanto te gusta y abrázalo, escucha aquel vallenato mientras bailas con la trapeadora o “volea mecha” con esos temas metaleros que marcaron tu vida. Atrévete a ser el mañé ridículo que nadie espera que seas.