Escribo estas líneas con mucho temor y paranoia. Tengo miedo de lo que pueda suceder, pero en este momento me parece pertinente escribirlas porque se me salen por los poros y se me brota tanto la vena que siento que si no lo digo, voy a explotar.
Esta semana para mí no ha sido nada fácil, y creo que tampoco para las mujeres en general. He visto cómo nos destrozan, etiquetan, evalúan, nos convierten en memes, objetos de burla sin ningún dolor y me parece más inconcebible cuando viene de otras mujeres. Creo que estaba tan sumida en la burbuja idealista de la “sororidad” y la aprobación que se me olvidó cómo funciona realmente este mundo. Aquí no nos interesa realmente la humanidad. Creo que hay un furor colectivo por buscar culpables y dar nuestras opiniones a diestra y siniestra, olvidando que hay algo inevitable que citaré con dos refranes muy viejos: “la lengua es el azote del culo” y “el que tiene rabo de paja, no se asome a la candela”.
Creo que a las mujeres nos miden con una vara particular: larguísima, rígida, con espinas, y sobre todo ridículamente injusta. Este fin de semana un sujeto acuchilló a dos mujeres. Su perfil de Facebook estaba repleto de imágenes amenazantes y misóginas, pero la discusión más importante era que sus memes no tenían nada que ver con que fuera un feminicida.
Ahora una mujer decide interrumpir voluntariamente su embarazo a los siete meses y lo más importante en la noticia fue que su pareja sí quería ser papá y ella no, entonces ella es una asesina. ¿No les parece que en todos estos relatos están dejando por fuera nuestra voluntad? ¿Sí será necesario evaluar a las mujeres desde el punto de vista de los hombres todo el tiempo?
Debo admitir que ayer vi en repetidas ocasiones el vídeo de Vicky Dávila y Hassan Nassar y me reí como si no hubiera mañana. Después vi un meme en un blog “para mujeres” que decía: “Y que en las peleas no se me salga el Vicky Dávila, amén”. Hasta ahí me llegó la risa. En ese momento entendí que posiblemente yo me voy a salir de casillas en alguna ocasión por las razones que sean, y me voy a convertir en esa mujer que nadie quiere ser y que es mejor aislar porque “qué horror que me comparen con ella”. Me pregunto si yo soy la única que alguna vez ha estado tan EMPUTADA que le gritó a alguien sin querer, o que ha llorado incontrolablemente por la calle. Qué fácil que se nos hace condenar el comportamiento del otro cuando estamos “emocionalmente estables”.
Esto no quiere decir que me parezca que haya que defender que en este país ya nos perdimos el respeto. Soy comunicadora social y puedo decir que mi profesión se volvió un chiste con todo esto, pero sí creo que ver a una mujer brava incomoda más que ver a un tipo furioso en televisión por un equipo de fútbol. ¿Costumbre? Tal vez. ¿Machismo? Sin duda.
¿Y machismo en el deporte? ¡Obviamente! Hace poco la periodista Andrea Guerrero también tuvo un episodio de “histeria” en vivo y en directo, cuando su compañero Andrés Marroco le dijo “adelante con la moda” como si la “cuota femenina” en un programa deportivo estuviera únicamente ahí para hablar de “cosas de viejas”. Ella también le respondió en vivo y con rabia, seguramente si ella no hubiera hecho contestado y solo se hubiera reído, el tipo lo seguiría haciendo con mucha tranquilidad. Y sí, lastimosamente nos toca enojarnos para que nos respeten. ¿O ustedes todavía creen que las mujeres que lucharon porque hoy pudiéramos votar lo hicieron sin gritar?
Hoy la deportista Sofía Gómez Uribe no es noticia por sus incontables triunfos como apneísta profesional, sino por unos trinos que hizo en el 2010 que estaban cargados de racismo y burlas, como los de seguramente muchos de nosotros que éramos unos adolescentes en esa época. Pero como es una mujer reconocida, de indudable belleza y con un alto número de seguidores, es imperdonable para la inquisición digital que ella se haya equivocado alguna vez en la vida. Después vi un vídeo de ella llorando muy afectada ofreciendo disculpas, la vi acorralada, impotente, tan humana que fue imposible para mí no soltar una lágrima, porque seguramente, no tengo la audiencia que ella sí tiene, pero puedo entender ese miedo latente a la equivocación, a recibir consejos no pedidos sobre cómo te tienes que comportar, qué debes demostrar y qué nunca puedes decir.
Curiosamente esta semana también me vi envuelta en una situación similar. En un grupo de WhatsApp una conocida expresó haber sido víctima de escopolamina en el baño de un centro comercial. Sin pensarlo, publiqué en mis redes sociales el nombre del lugar, más como una forma de alerta que como un desprestigio. Inmediatamente recibí desde varias partes una respuesta de una funcionaria del establecimiento en donde me invitaba a no publicar información sin tener la fuente confirmada. La chica en cuestión se sintió muy mal al leer el mensaje, porque ella misma es la fuente y nadie le creyó. También me indigné porque si esto fue por un hecho que no tuvo un final fatal, ¿qué pasará con aquellas mujeres que son abusadas sexualmente y deben corroborar y relatar miles de veces lo que les sucedió? El caso es que después de lo ocurrido varias personas me escribieron diciéndome que no me convenía quedar mal con el centro comercial porque me estaba cerrando muchas puertas. Sé que no fue con mala intención, pero la verdad es que hasta ahora me sigue doliendo mucho porque yo, en mi burbuja feminista, creí que era más importante preservar la seguridad de las mujeres en los baños de lugares públicos que que me “quieran” en un lugar.
Lloré mucho y hoy escribo esto con dolor porque para mí es necesario que encontremos espacios seguros para nosotras y que quienes me conocen sepan que yo no digo cosas por decirlas y que creo que de la emisaria de aquel mensaje podría haber sido más empática y pensar en que ella, su hija, prima o amiga pudieron haber estado en cualquier otro lugar viviendo una situación similar.
Luchar por las causas de las mujeres, las queer y hasta las animalistas van más allá de una simple opinión. Es necesario demostrar con nuestros actos que vinimos a generar un cambio y para eso es fundamental la empatía, porque aquí todos vinimos a cagarla, a ensuciarnos y reconocer que la perfección es como el cielo: un ideal inalcanzable que nos llena de culpas todo el tiempo.
Cuando publique esto no habrá vuelta atrás, me quedaré marinando en una olla esperando a que venga el “asador de la perfección” a cocinarme viva y sin remordimientos, pero prefiero “morir” al decir esto que callar para agradar.
Por: Laura Benítez
Foto por: Felipe Alarcón