Después de ver miles de anuncios en Instagram y Facebook promocionando “Ema”, la nueva Película de Pablo Larraín que generaba miles de expectativas en mí, la ví y sentí una gran decepción y al mismo tiempo una sensación de *pretends to be shocked*. Qué sorpresa, un hombre más creando narrativas sin sentido sobre las mujeres.
Sin querer hacer spoilers voy a explicar un poco el argumento de la película: Ema (Mariana di Girolamo) es una chica en sus veintitantos, casada con un hombre mayor que ella, Gastón (Gael García Bernal). Ellos adoptan a Polo y lo dan nuevamente en adopción al no sentirse capaces de criarlo.
Ema encuentra la pasión de su vida en el reggaetón, sus amigas y la libertad, donde muchas de nosotras nos hemos encontrado y coincidimos en que contribuyen en la construcción de el feminismo. La cosa es que se nota mucho que no hubo una interiorización de esa idea, mostraban a estas chicas como unas vampiresas, como devoradoras sexuales cuya única misión en la vida es quemarlo todo porque sí, porque pueden.
Y es que sí podemos (y lo hacemos) pero ¿de dónde viene ese deseo? ¿Por qué queremos perrear y culear como si no hubiera mañana? Según un estudio de la OPS, en Latinoamérica las mujeres son las más propensas a ser abusadas sexualmente: “Las encuestas de población han encontrado que la prevalencia a lo largo de la vida de relaciones sexuales forzadas por una pareja íntima varía entre el 5% y el 47%”. Es posible que este indicador pueda ser igual o mayor durante toda la existencia humana y ahora las redes sociales, los movimientos contra el acoso y el abuso sexual y los discursos feministas han permitido que las mujeres queramos perrear al máximo, dejarlo todo y entregarnos al placer que nos ha sido negado por tanto tiempo. Queremos ser dueñas de nuestros deseos, de la forma en que nos vestimos y de nuestra capacidad de provocar porque nos da la gana. En Ema solo vemos unas mujeres delgadas y blancas que bailan reggaetón y que no tienen ninguna historia, no entendemos nada de sus vidas ni sus motivos, ellas son unas secuaces superficiales a la merced de la protagonista/villana.
Sí, sabemos que existe una delgada línea entre los ideales de belleza y el poder hacia los cuerpos de las mujeres que siempre ha existido con estas concepciones, pero el reggaetón es eso: exuberancia, color, uñas largas, cadenas, colores neones, culos que van hasta el piso sin misericordia. Es una estética a la que muchas escritoras le han encontrado un por qué, como Carolina Sanín en “Un elogio al reggaetón” o Catalina Ruiz-Navarro en “Las mujeres que luchan se encuentran”. De esto es de lo que hablamos: de esa sensación de liberación exquisita que produce bailar reggaetón y ser una grilla que “zapatea y aletea” porque sus entrañas le pertenecen y la calientan. En la película de Larraín vemos a una mujer que se escuda en ese poder para manipular la vida de los demás, que seduce para conseguir lo que quiere. Un cliché de femme fatale al todo estilo de Rubí.
En la película se escucha en varias ocasiones música de Tomasa Del Real, una de mis reggaetoneras favoritas: chilena, morena, de caderas grandes, que habla de barrer con el pelo, invita a los hombres a sentirse suyos y a que se suelten las nenitas. Ella es una de las exponentes del “neoperreo”, corriente que surge de los barrios de Chile y Argentina y que también ha tomado mucha fuerza en España, nacida de artistas que transformaron el reggaetón en algo más “indie” para cabida a lo queer y a lo feminista. Ms Nina, King Jedet, y La Favi son algunos de sus exponentes más reconocidos. Explico esto porque al escucharla percibí un intento de darle contexto a Ema y a sus amigas, pero realmente se siente como una burla, como cuando ves que las escenas de ellas perreando se asemejan a ese momento de “Mean Girls” donde Regina George y sus amigas bailan “Jingle Bell Rock” y todos aplauden porque son “las populares”. Es una gran contradicción para una corriente que pretende reivindicar a las minorías y al mismo tiempo dejar un mensaje de inclusión. Tomasa, no le hicieron justicia a tu estilo, ni mucho menos a tus letras.
Ema es una mujer sin emociones en toda la película, ella solo tiene en la mente la idea acabar con todo. Mejor dicho, más allá de saber que devolvió a un niño que había adoptado, no entendemos sus dolores ni sus motivos, es como una “máquina asesina” que baila reggaetón y tiene sexo para matar poco a poco la voluntad de los pobres personajes que están siendo sometidos a los antojos de esta “mala mujer”. Esto también es indignante, volver a ver ese argumento de una mujer que tiene sexo con la única finalidad de lograr sus cometidos, gordi, ¿cuántas telenovelas de los noventa te viste para construir este personaje?
Además, el final es terrible porque ella obtiene todo lo que quiere. Esta mujer, liberada y sin ataduras, por fin pudo conseguirlo todo a costa de la vida de los pobres hombres y mujeres que se someten a ella, como si la posibilidad de elegir como mujer fuera una arma de destrucción masiva que tiene miles de repercusiones en la sociedad, como si libráramos batallas contra la opresión por capricho. Al menos Larraín podría darle una nueva mirada a Beatrix Kiddo para comprender que cuando una mujer hace daño es porque la han matado mil veces, porque su cuerpo y su mente han vivido en un encierro de culpa y dolor inimaginable, pero no, eligió hacer un relato vacío que nos deja en el mismo papel de siempre.
Ema es solo un pequeño ejemplo de los productos creativos que vemos de hombres intentando poner ejemplos de mujeres solo porque pueden, sin entender, sin callar, sin dejar de mirar desde su perspectiva y su privilegio. Ojalá estos hombres dejaran de creer por un momento que lo saben todo e hicieran silencio para que puedan escucharnos y sepan qué nos motiva. Ya estamos hartas de ser villanas en un mundo de hombres inocentes.